El retroceso de los glaciares en los andes tropicales de América del Sur ha sido noticia de primera plana en los últimos meses, pues es la muestra más evidente del cambio climático. Según un informe del Panel Intergubernamental de Cambio Climático, la tendencia al retroceso debido a los cambios de temperatura y la humedad ha sido tal, que está alcanzando condiciones críticas en Bolivia, Perú, Colombia y Ecuador.

La noticia preocupa, por supuesto. ¿Quién podría imaginarse a los andes sudamericanos sin los emblemáticos Cotopaxi, Huascarán y Chacaltaya? En las ciudades, los habitantes temen por la escasez de agua, asociada directamente al deshielo de los nevados. Y, claro, el problema se vuelve más serio porque hasta hoy contar con agua, para muchos, solo ha sido cuestión de abrir la llave...

Pero, ¿es cierto que sin nevados, no habrá agua en las ciudades? 

Bert de Bievre, experto en el tema, llama nuestra atención hacia una zona ubicada un poco más abajo del glaciar, el páramo. 

Para quienes desconocemos el funcionamiento de los ecosistemas de montaña, es una sorpresa escuchar que más del 90% del agua destinada a Quito es regulada en los páramos. 

El páramo puede tener muchas definiciones: un ecosistema, un bioma, un paisaje, un área geográfica, una zona de vida, un espacio de producción, un símbolo e, inclusive, un estado del clima. En Sudamérica, los páramos forman un corredor interrumpido que cubre 35 mil kms2 y en el que habitan, solo en Colombia y Ecuador, cerca de 450 mil personas, cuya gran mayoría sufre de pobreza extrema.

Uno de sus servicios ambientales fundamentales que brinda este escosistema es la provisión continua de agua, en cantidad y calidad.

¿Cómo lo hace? A través del suelo, comúnmente de origen volcánico y poseedor de grandes cantidades de materia orgánica, que convierte a los páramos en verdaderos complejos capaces de retener el agua por períodos relativamente largos, para liberala lenta y constantemente. 

En palabras simples, el páramo no es un productor de agua, sino un almacenador y regulador natural de su flujo. 

El problema, según de Bievre, es que nadie se preocupa por lo que está pasando con el páramo y, menos aún, con su régimen hidrológico frente a un hecho real como el calentamiento global, puesto que al no ser tan evidente como el retroceso de los glaciares, prácticamente está siendo ignorado. 

En ciudades de altura como Quito y Bogotá y en grandes zonas agrícolas que están sobre los 1.500 mts., la  dependencia hacia los mecanismos de regulación de los páramos es total. Sin embargo, muy poco se hace para conservarlos.

El páramo también está amenazado por el calentamiento global. Si el glaciar sube, el páramo y el bosque suben también; la extensión de páramo disminuye drásticamente y con cambios de temperatura pequeños.

En la actualidad, apenas un 30% de los páramos de Ecuador se encuentra en buen estado; un 40% está intervenido y el 30% restante, completamente degradado. 

En la cuenca del Paute, en este país, de Bievre hizo un cálculo rápido sobre la afectación del páramo con el cambio climático: con un aumento de apenas un grado de temperatura, la disminución de la superficie de páramo sería del 15%. Por ello, este experto califica como riesgoso dedicarse solo a los puntos visibles y espectaculares del cambio climático y olvidarse de procesos más ocultos, como la degradación de los páramos, que pueden tener consecuencias graves para el suministro de agua en las ciudades. 

Es hora de reconocer los servicios que nos brindan los páramos y que muchos, desde la comodidad de nuestros hogares, no hemos podido percibir y valorar; además, por supuesto, de su belleza extraordinaria.
Written by Efrén Icaza and Veronica Moreno